lunes, 15 de junio de 2020

Relatos de mujeres COVID-19 | Días obscuros y tristes


Por Susana Vidales | Ciudad de México | Martes 2 de junio2020

Querida Silvia, 

Han sido días obscuros y tristes. Por si el pesar de la cuarentena fuera poco, han sucedido en este tiempo cuatro muertes de seres cercanos e importantes en mi vida. A ninguno se lo llevó el virus, pero sus muertes estarán marcadas por el horror de estos tiempos que no permitieron despedirlos como se merecían y paliar con los ritos funerarios el dolor y la orfandad en que nos deja su partida. 

Chaneca Maldonado murió el 18 de mayo y al dia siguiente en la mañana también se
Chaneca Maldonado
fue Carlos Ferra. Unas semanas antes había muerto Malena Fierro y hoy me acaban de informar que murió en Buenos Aires, Nohemí Hakel, compañera y cómplice de mis años en la izquierda revoucionaria y el activismo feminista de los años 70-80.

Chaneca y Ferrá tenían sus añitos, ella 92 y el casi 80, así que podemos decir que sus muertes están influídas por su edad; pero Malena y Nohemi eran jóvenes sesenteras que se fueron a causa del cáncer; Malena lo padecía desde hacia años y lo de Nohemí fue totalmente sorpresivo, un cáncer silencioso que causó su muerte en menos de dos semanas.

Me invade la tristeza y la nostalgia.  Con Chaneca coincidí durante más de 30 años en la mesa de los viernes en casa de Marta Lamas; comida que por primera vez se ha suspendido por culpa del coronavirus. Ellas se conocian desde finales de los setenta.

Era una mujer muy simpática, con ocurrencias y frases geniales que hacían la delicia de la mesa, con interminables y maravillosas anécdotas sobre el México de cuando ella era joven, en las que contaba cómo se podia avanzar entonces en la vida si una hablaba inglés y tenia chispa; de cómo asi entró al mundo de la publicidad en el México de los años 50 y si mal no recuerdo la campaña cervecera de la rubia de categoría la hizo famosa.  

Una mujer muy bella por fuera y por dentro. Solidaria como ninguna, que asombraba por su vitalidad, a pesar de que a la mayoria nos llevaba fácil 20 años, era una de nosotras. 

Por otro lado, las muertes de Ferrá , de Malena y de Nohemí me llevan a una etapa de mi vida de la que ya me es dificil recordar acontecimientos con nitidez, tanto porque han pasado más de cuarenta años como por el hecho de que éstos están teñidos del romanticismo de la militancia de izquierda a principios de los 70.  (Me vino a la mente la canción de Ana Belén, Yo también nací en el 53).

Susana Vidales, Carlos Ferra, Anita López
Conocí a Malena y a Ferra durante mi participación en los círculos de estudio formados durante el movimiiento estudiantil de 1973 en la Universidad de Sonora para adentrarse en el marxismo y conocer algunos textos de la llamada “liberación de la mujer”. 

Ferra era uno de los maestros en el grupo Prefasio.  Muy serio, a simple vista resaltaba porque vestía muy conservadoramente en una época de jeans y camisetas; no fumaba ni se le conocían vicios y podía hablar de casi cualquier tema citando sus fuentes, fundamental en aquellos tiempos.  No recuerdo verlo alterado, siempre su hablar tranquilo, didáctico, hasta dulce. En el una tenía un interlocutor y un maestro maravilloso. 

Su influencia fue decisiva para mi adhesión a la corriente marxista representada por el Grupo Comunista Internacionalista, que seguía la tradición del revolucionario ruso Leon Trosky.  

Fue precisamente en la casa en que vivíamos Malena y yo  donde se celebró la reunión en la que un grupo de activistas del movimiento estudiantil se integró a la militancia en esa organización.   Ferra estaba presidiendo la reunión junto a Manuel Aguilar Mora y Alfredo López (Castillo), dirigente del GCI y solo nosotras dos mujeres.  

Esa misma noche se inició la represión al movimiento y la Judicial allanó la casa y entre otros compañeros nos llevo presas a las dos. A los hombres los metieron en las celdas del sótano del edificio de la Judicial y a nosotras nos encerraron en el cuartito de transmisión de la radio, situado en medio de las oficinas . 

Ahí estuvimos una semana, quizá más, con la misma ropa y durmiendo como se podía ante la falta de espacio, saliendo al baño, escoltadas, ante las miradas de todas las oficinistas que sin embargo no decían nada, y siendo diariamente interrogadas por el Coronel Arellano Noblesia para que confesáramos una conspiración anti gobierno que no existía.

La intervención de mi padre, abogado y periodista, fue decisiva para que nos dejaran en libertad, a partir de ahí y durante muchos años cada una tomó distinto camino; ella se fue a Berkeley en California y yo me vine a la ciudad de México. 

Nos re encontramos a mediados de los noventa en el mágico pueblo de Tepoztlan a través de Patricia Barreto, otra activista del movimiento.  Malena y su compañero de años, Manuel Lepe, se convirtieron en  una leyenda entre los artesanos del pueblo, producían objetos de piel con diseños innovadores.   

Malena era una estudiosa del castellano, excelente correctora de estilo, con una ortografía perfecta y una obsesión por el uso adecuado del lenguaje. Disfrutaba de la vida y estar en su compañía era enriquecedor. Cuando enfermó de cáncer se encerró mucho en si misma, no se dejaba ver fácilmente.  Yo respeté su deseo de alejarse, cada persona reacciona de manera diferente a la enfermedad del cáncer, pienso que debe causar aún más miedo y angustia de la que provocan estos tiempos  del coronavirus en los que la muerte ronda por las calles y amenaza con entrar a nuestras vidas.

Luego de la represión al movimiento y del exilio masivo de activistas, ya en la ciudad de México, el grupo del GCI, decidió regresar a Hermosillo para instalar una imprenta clandestina y continuar el movimiento. 

Ferra estaba ahí cuando nos dieron la bienvenida a la llamada casa segura, en la que habríamos de convivir por unos meses en encierro total. No recuerdo cuántos éramos, quizá seis, ocho, entre ellos Carlos Martínez y Rubén Duarte, que también se han ido ya de este mundo. 
 
Manuel Lepe, Rubén Duarte, Malena Fierro, Susana Vidales
Un día llegó acompañado de Anita López, que era famosa en la Universidad por su militancia comunista, y nos la presentó como su compañera.  Durante los meses que vivimos ahí fueron los únicos con el privilegio de la privacidad de una recámara propia, lo que generó todo tipo de envidias.  Lo de la casa de seguridad no terminó muy bien y regresamos todos a la ciudad de México. 

Tengo la imagen de Ana embarazada de Eunice creo a un año de lo de la casa de seguridad, en la época en que brevemente compartimos un pequeño departamento en las calles de Xotepingo, en el sur de la ciudad de México, donde también vivía Milisa Villaescusa, otra preparatoriana exiliada del movimiento y militante del GCI.   

Para septiembre de 1975 Ferra y Ana, Milisa y su compañero Salvador Durán estaban ya viviendo en una casa en la calle de Aguascalientes en la colonia Condesa y Ana se fue a parir a Sonora. 

A pesar de que nuestras actividades y caminos se separaron,  a partir de mi renuncia a la organización troskista en 1980,  siempre estuvimos en contacto. En los últimos tiempos nos acercamos más porque estuve trabajando siete años para el Colegio de Pos graduados en Ciencias Agrícolas ubicado en Texcoco donde ellos vivían y muchas veces me hospedaron hasta que finalmente me mude a una casita en la misma colonia que ellos. 

Los admiré por la crianza de Lolita, una pequeña con dificultades de salud a la que adoptaron hace casi 20 años y que significó un fuerte esfuerzo físico y emocional para la pareja.  Ferrá mostraba una paciencia y dedicación a la niña como la que le había yo visto con su propia hija años atrás.

A Nohemí también la conocí en el Grupo Comunista Internacionalista, que después se convirtió en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, fuimos parte de las troskistas feministas de los años setenta-ochenta.  

Trabajamos en la Comisión de la Mujer y en Colectivo de Mujeres para sentar las bases de la política de ese partido hacia el re surgente movimiento feminista de esos días. No siempre era fácil ser feminista y militar en un partido político así fuera de izquierda.  Hay todo tipo de camaradas en lo que a la comprensión y el respeto a los derechos de las mujeres se refiere y no faltan comportamientos machistas y comentarios y actitudes sexistas. 

Fue un tiempo muy intenso e interesante en cuanto a los cambios en el comportamiento de los militantes ante los argumentos feministas y los lineamientos establecidos por el partido. 

Nohemí era ferviente seguidora de llevar la teoría a la práctica, de que lo personal es político.   Su alegría de vivir y su sonrisa eran maravillosas. Las fiestas en la casa que habitaba con otras camaradas eran legendarias. Empezaban con la discusión política y terminaban en la madrugada luego del baile y el romance.  

A mediados de los 80 se regresó a su natal Argentina. La visité un par de veces en su
Nohemí Hackel y su hija Anahí
hermosa casa del barrio de Palermo en Buenos Aires, llena de flores y de gatos; la vi cuando viajó a México con su hija Anahí y luego cuando vino acompañada de su marido Alfredo hace más o menos un año y cenaron en casa. Quedamos de vernos ahora por sus rumbos. Ya no será.  

¿Sabes lo que más me jode de esta pandemia? , me escribió apenas el 29 de marzo por whatsapp: “Que justo cayó cuando el movimiento de mujeres estaba en auge global. Y encima cuando se reivindicaba feminista, porque recordarás que hasta hace no tanto tiempo una gran parte de las y los activistas sociales decía no ser feminista. Ojalá se recupere ese protagonismo cuando pase este temblor, motivos sobran”. 

Dicen que nada será ya igual cuando salgamos a lo que ahora llaman la nueva normalidad. Lo único que espero es que por lo menos una mayoría nos hayamos dado cuenta de cuáles son las cosas que realmente importan en la vida y estemos dispuestas a luchar por ellas. 

Ojalá que de esta cuarentena emerja una nueva humanidad, responsable, solidaria, respetuosa de las diferencias, involucrada en la solución de los problemas y crítica de un sistema que nos mostró su incapacidad para hacerse cargo del bienestar humano y del planeta. 

Una ciudadanía que exija a sus gobiernos que se hagan los cambios necesarios para que el país y el mundo caminen en otra dirección, más a favor de la vida y del respeto a los derechos humanos de toda la humanidad. 

Gracias Silvia por permitirme este espacio para honrar a estos mis muertos de los tiempos de la pandemia. Espero que no haya más. 

Susana Vidales

*Todas las fotos han sido proporcionadas por la autora


sábado, 6 de junio de 2020

Relatos de mujeres COVID-19 | El confinamiento


Por Erika Cervantes | Querétaro, Querétaro | 21 de mayo 2020

Soy Erika tengo 48 años recién cumplidos y llevo 63 días en cuarentena, no es el primer confinamiento en mi vida, uno fue en 2009 por el virus de influenza H1N1, nos fuimos a nuestra casas por 3 semanas las personas que trabajábamos y las niñas y niños suspendieron por 6 semanas,
Foto: Erika Cervantes
tiempo durante el cual se encontró un medicamento para tratarla.

En esta ocasión las horas se hacen largas, yo tengo un hijo de 9 años en unos días cumplirá diez, desde que nació yo me dedico a la crianza de él, así que mi actividad se limita a mantener funcionando las necesidades básicas de la familia.

Eso implica tener en mente durante todo el día, ir resolviendo lo que sea necesario, desde saber donde quedaron los libros de la tarea, hasta que se hará desayunar mañana.

Sesenta y un días, que me obliga a pensar desde el viernes que voy hacer de comer, ya que las verduras y carne serán comprados por mi pareja el sábado, y adaptarme a lo que se encuentre en el mercado, a veces no conseguimos todo, porque casi toda la gente sale el fin de compras.

Y mi esposo se mantiene trabajando en línea de lunes a viernes, algunas veces tiene que salir de viaje, porque trabaja en el sector primario de producción de alimentos y regresa el mismo día por la tarde.

Esto hace que me angustie mucho, porque a estas alturas de la pandemia los lugares de atención en salud se encuentran saturados, y si enfermamos éste es un problema que enfrentaremos.

Mi hijo quiere salir, él no entiende porqué no puede jugar con sus amiguitos, ya hasta anhela entrar a clases y “volver a la vida normal”, y yo no tengo la fuerza para decirle que no habrá normalidad hasta que se encuentre una vacuna, mi único argumento es: no podemos salir para protegernos de morir.

Estos dos meses y días he visto pasar cumpleaños de varios integrantes de mi familia incluido el mío y uno sonríe para que todos mantengamos la calma, por dentro me entristece, veo el cansancio en los ojos de mi padre de 80 años, y su voz pidiendo poder abrazar a su nieto, en las videollamadas que se han vuelto nuestro contacto con las personas que amamos.

Y también he llorado la muerte de familiares que no han logrado recuperar la salud, que no deja de dolerme saber que no estaba nadie de nuestra tribu cerca al momento de irse, y que nadie pudo ir a presentar sus respetos y despedirse. Así es muy difícil vivir el duelo.

Sé que no somos la única familia que pasa por eso, y enterarme de otras muertes, las condiciones en las que ocurre y el dolor como sello en la vida de las personas me pone muy triste y desesperanzada.

Por salud mental y fortaleza adopte vivir un día a la vez, resolver los retos de ese día, y no pensar en mañana, me han ayudado a mantener la angustia a raya, no siempre lo logro, porque veo la necesidad de muchas personas de salir y arriesgarse porque no pueden encerrarse porque su comida depende del trabajo que desempeñan ese día a día.

A veces me siento muy inútil porque estoy lejos de mi familia y en caso de necesidad no podré ayudarles o siquiera verles. Pero trato de mantenerme positiva pensando que podrán enfrentar lo que se presente.

Los 61 días me han hecho mella, nunca he sido ejemplo de paciencia pero a la distancia encerrada, me han hecho más irritable, duermo mal y me siento cansada, nunca puedo terminar la tareas que necesito hacer, siempre me quedan cosas por hacer.

Si bien trate de mantenerme ocupada, lo único que logre fue sentirme frustrada de no atender lo necesario. Eso sí estoy recordando los conceptos básicos de 4 años porque tengo que acompañar y explicarle a mi hijo la clase que necesita, para contestar los trabajos que envían de la escuela.  

Otros días he experimentado el deseo de quedarme en la cama todo el día, pero nunca cedo porque entonces me daría por vencida y esa aún no es una opción ya que depende de mí un niño,  hemos desarrollado más resiliencia, porque aun sentimos que nos duele el corazón por muchas cosas que pasan y somos capaces de sentir empatía por otras personas.

No sé cuando va acabar el miedo, la zozobra, y la incertidumbre, sé que en términos materiales tendremos problemas de manera inmediata, ya lo vemos en nuestras compras menos cosas por más dinero.

Pero sigo pensando en que saldremos de ésta, distintas, más furiosas o más en calma no sé pero distintas.

Pero siempre me centro y bajo a tierra cuando me quiero dar a la desgracia, tomando la mano de mi cría que duerme agobiada por si mañana podrá salir a jugar.

Espero poder decirle que sí, que volvemos a la normalidad, mientras tanto cubrimos nuestra sonrisa y deseamos no enfermar.